Luis Enrique Veiga Rodríguez
Martes, 06 de Febrero de 2024 Tiempo de lectura:
OPINIÓN
Una justicia complaciente
El caso del expresidente y líder independentista catalán, señor Carles Puigdemont se acerca al esperpento: por su implicación en el caso Tsunami, como la posterior retirada de cargos por el mismo fiscal del Supremo.
Estamos de acuerdo en que si cometemos un delito nuestra suerte dependerá de la decisión final de un juez en función de los cargos presentados.
Cuando un político, o cargo relevante comete un delito, es probable que las acusaciones no prosperen. Hay que remitirse a los hechos cotidianos que conlleva esa extraña benevolencia que hace que todo quede en nada.
La ley es igual para todos hasta que deja de serlo. Una lógica que le está beneficiando al señor Puigdemont como medio de su impunidad.
En esta circunstancia difícil es discernir hacia donde camina la Justicia. De modo que muchos cargos relevantes reciben por sistema unas penas mínimas o directamente ninguna.
Ya sabemos que hay fiscales y jueces de derechas y de izquierdas, y que esto los hace idóneos en la renovación de ciertos tribunales.
Ahora bien, lo malo es que muchos no sepan discernir el ser... del hacer y las acciones se orientan en función de esas variables ideológicas. O posibles compromisos con el Gobierno de turno.
De no ser así, el señor Puigdemont seguro que seguiría como implicado y con la carga de una condena a la vista de varios años de prisión.
Pero al final va a prevalecer lo tantas veces dicho: que lo importante es que se hable de uno... así que el señor Puigdemont va a lograr un doble objetivo de ganar notoriedad y quedar totalmente "limpio".
Para eso ya tiene el brillante quehacer del fiscal general que despues de mediar ante su homónimo del supreno ha logrado que no se perciba por éste, terrorismo del caso Tsunami por "participar en conductas con la evidente intención de atentar contra la paz pública".
En España da la impresión que la justicia sólo persigue a los chorizos de tercera, y raramente alguno de segunda. Los de primera (que son los verdaderos) están bien protegidos.
De ahí la lógica desconfianza hacia una institución, que podría estar generando una creciente alarma social.

El caso del expresidente y líder independentista catalán, señor Carles Puigdemont se acerca al esperpento: por su implicación en el caso Tsunami, como la posterior retirada de cargos por el mismo fiscal del Supremo.
Estamos de acuerdo en que si cometemos un delito nuestra suerte dependerá de la decisión final de un juez en función de los cargos presentados.
Cuando un político, o cargo relevante comete un delito, es probable que las acusaciones no prosperen. Hay que remitirse a los hechos cotidianos que conlleva esa extraña benevolencia que hace que todo quede en nada.
La ley es igual para todos hasta que deja de serlo. Una lógica que le está beneficiando al señor Puigdemont como medio de su impunidad.
En esta circunstancia difícil es discernir hacia donde camina la Justicia. De modo que muchos cargos relevantes reciben por sistema unas penas mínimas o directamente ninguna.
Ya sabemos que hay fiscales y jueces de derechas y de izquierdas, y que esto los hace idóneos en la renovación de ciertos tribunales.
Ahora bien, lo malo es que muchos no sepan discernir el ser... del hacer y las acciones se orientan en función de esas variables ideológicas. O posibles compromisos con el Gobierno de turno.
De no ser así, el señor Puigdemont seguro que seguiría como implicado y con la carga de una condena a la vista de varios años de prisión.
Pero al final va a prevalecer lo tantas veces dicho: que lo importante es que se hable de uno... así que el señor Puigdemont va a lograr un doble objetivo de ganar notoriedad y quedar totalmente "limpio".
Para eso ya tiene el brillante quehacer del fiscal general que despues de mediar ante su homónimo del supreno ha logrado que no se perciba por éste, terrorismo del caso Tsunami por "participar en conductas con la evidente intención de atentar contra la paz pública".
En España da la impresión que la justicia sólo persigue a los chorizos de tercera, y raramente alguno de segunda. Los de primera (que son los verdaderos) están bien protegidos.
De ahí la lógica desconfianza hacia una institución, que podría estar generando una creciente alarma social.



























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