OPINIÓN
El virus de la indiferencia
En demasiadas ocasiones se comenta que los gobernantes y políticos no viven la realidad de la calle y están entre las moquetas de sus despachos oficiales. Puede ser verdad, pero lo peor es que una gran parte de la sociedad civil también está ajena a esa realidad. A la realidad sobre la problemática de sus vecindarios, de sus barrios, de sus pueblos y ciudades. Sobreviven cada día en su mundo particular, dentro de sus chozas, encerrados y resguardados entre muros de sus chalets o residencias particulares, incluso con guardas y cámaras de seguridad.
Hace ya algunas décadas, cuando uno era más joven, recordamos con algo de nostalgia la solidaridad y la colaboración vecinal existente para ayudarse y colaborar entre todos, para levantar sus viviendas habituales, para trabajar sus fincas privadas, para cuidar de los animales, para limpiar y adecentar los terrenos y caminos públicos. Para recaudar fondos o alimentos para las familias más vulnerables, a pesar de que la mayoría se encontraban en situaciones muy similares.
Estamos como adormecidos o enfermos con el virus de la indiferencia. La mayoría, nos levantamos, cada mañana, como zombis. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Los fines de semana nos tomamos unas cañas con los colegas y comentamos las pequeñas “batallitas” de la semana pasada. Apenas nos paramos a pensar y mucho menos a reflexionar. Preferimos que nos den toda la información, desde la caja tonta o bien del periódico de confianza, aunque no sepamos quienes son los miembros de sus consejos de administración ni las empresas que los financian.

En demasiadas ocasiones se comenta que los gobernantes y políticos no viven la realidad de la calle y están entre las moquetas de sus despachos oficiales. Puede ser verdad, pero lo peor es que una gran parte de la sociedad civil también está ajena a esa realidad. A la realidad sobre la problemática de sus vecindarios, de sus barrios, de sus pueblos y ciudades. Sobreviven cada día en su mundo particular, dentro de sus chozas, encerrados y resguardados entre muros de sus chalets o residencias particulares, incluso con guardas y cámaras de seguridad.
Hace ya algunas décadas, cuando uno era más joven, recordamos con algo de nostalgia la solidaridad y la colaboración vecinal existente para ayudarse y colaborar entre todos, para levantar sus viviendas habituales, para trabajar sus fincas privadas, para cuidar de los animales, para limpiar y adecentar los terrenos y caminos públicos. Para recaudar fondos o alimentos para las familias más vulnerables, a pesar de que la mayoría se encontraban en situaciones muy similares.
Estamos como adormecidos o enfermos con el virus de la indiferencia. La mayoría, nos levantamos, cada mañana, como zombis. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Los fines de semana nos tomamos unas cañas con los colegas y comentamos las pequeñas “batallitas” de la semana pasada. Apenas nos paramos a pensar y mucho menos a reflexionar. Preferimos que nos den toda la información, desde la caja tonta o bien del periódico de confianza, aunque no sepamos quienes son los miembros de sus consejos de administración ni las empresas que los financian.



























Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.116