OPINIÓN
La DANA, los periodistas de baja moral y el analfabetismo en seguridad
España enfrenta una de las catástrofes naturales más duras de su historia reciente, una tragedia con múltiples víctimas mortales que, más allá de sus daños visibles, invita a reflexionar sobre la calidad y responsabilidad de la información en tiempos de crisis. Esta DANA no solo ha puesto en evidencia la vulnerabilidad de la infraestructura y de la ciudadanía, sino también una alarmante falta de ética en el tratamiento mediático de la catástrofe y la escasa preparación en autoprotección de muchas personas afectadas.
Hoy, en plena emergencia, fueron retransmitidos los estremecedores testimonios de personas atrapadas en sus casas o vehículos, contando sus experiencias en directo a varios medios de comunicación. Estos relatos, desgarradores y legítimos en su desesperación, fueron, sin embargo, gestionados por periodistas cuya moral parece haberse relajado tanto como su código ético. Se pidió a víctimas de la catástrofe que compartieran sus relatos en tiempo real, haciendo que muchas personas malgastaran la batería de sus teléfonos, un recurso crítico en una situación de emergencia, solo para alimentar el morbo de una audiencia que debería estar mucho más informada que entretenida.
Por otro lado, vemos a individuos que, sin comprender la gravedad de su situación y con afán de protagonismo, desperdician sus recursos en llamadas y conexiones que, lejos de ser de ayuda, ponen en riesgo su seguridad. Este “analfabetismo en seguridad” se agrava por una falta de formación en autoprotección: en un contexto donde el agua sube y las comunicaciones caen, es esencial que cada ciudadano entienda cómo conservar sus recursos y priorizar la seguridad por encima de la difusión de lo que está ocurriendo. El desconocimiento o la falta de educación en estos aspectos se pagan caros, pues la batería de un teléfono móvil puede ser la diferencia entre hacer una llamada de auxilio vital o quedarse atrapado e incomunicado.
Es inaceptable que, en medio de una catástrofe de esta magnitud, las líneas telefónicas, ya colapsadas por la caída de torres y repetidores, se vean aún más saturadas por entrevistas en directo y llamadas innecesarias de periodistas sin escrúpulos. Más de 100,000 personas están sin electricidad; son 100,000 personas sin posibilidades inmediatas de cargar sus teléfonos móviles y que, aún así, pueden recibir llamadas de algún periodista ávido de contenido. Este periodismo intrusivo no solo incomunica y desorienta, sino que pone en riesgo vidas al agotar recursos cruciales.
Subir contenido a redes sociales en tiempo real es otra de los entretenimientos reprobables en esta crisis que, además de mostrar una falta absoluta de responsabilidad y respeto, evidencia una moral cuestionable. Algunos aprovechan la catástrofe para alimentar el morbo y ganar protagonismo en redes, como si fuesen estrellas de un espectáculo. Esto no solo no aporta nada a la situación, sino que también malgasta recursos cruciales: ancho de banda de internet y batería de móviles, que podrían ser útiles en caso de prolongarse la incomunicación. En lugar de mostrar una mínima conciencia de la gravedad de la situación, estos individuos parecen ciegos al riesgo al que se exponen y exponen a otros.
Por último tanto medios como redes, en situaciones de emergencia, deben ser agentes de apoyo y orientación, no de obstrucción y desgaste emocional. La prioridad, tanto para los ciudadanos como para los periodistas, debería ser siempre la seguridad. Mantener una comunicación informada y sensata en tiempos de crisis es fundamental. Lamentablemente, la DANA nos ha mostrado que, en este aspecto, estamos aún muy lejos de estar preparados para la siguiente catástrofe.

España enfrenta una de las catástrofes naturales más duras de su historia reciente, una tragedia con múltiples víctimas mortales que, más allá de sus daños visibles, invita a reflexionar sobre la calidad y responsabilidad de la información en tiempos de crisis. Esta DANA no solo ha puesto en evidencia la vulnerabilidad de la infraestructura y de la ciudadanía, sino también una alarmante falta de ética en el tratamiento mediático de la catástrofe y la escasa preparación en autoprotección de muchas personas afectadas.
Hoy, en plena emergencia, fueron retransmitidos los estremecedores testimonios de personas atrapadas en sus casas o vehículos, contando sus experiencias en directo a varios medios de comunicación. Estos relatos, desgarradores y legítimos en su desesperación, fueron, sin embargo, gestionados por periodistas cuya moral parece haberse relajado tanto como su código ético. Se pidió a víctimas de la catástrofe que compartieran sus relatos en tiempo real, haciendo que muchas personas malgastaran la batería de sus teléfonos, un recurso crítico en una situación de emergencia, solo para alimentar el morbo de una audiencia que debería estar mucho más informada que entretenida.
Por otro lado, vemos a individuos que, sin comprender la gravedad de su situación y con afán de protagonismo, desperdician sus recursos en llamadas y conexiones que, lejos de ser de ayuda, ponen en riesgo su seguridad. Este “analfabetismo en seguridad” se agrava por una falta de formación en autoprotección: en un contexto donde el agua sube y las comunicaciones caen, es esencial que cada ciudadano entienda cómo conservar sus recursos y priorizar la seguridad por encima de la difusión de lo que está ocurriendo. El desconocimiento o la falta de educación en estos aspectos se pagan caros, pues la batería de un teléfono móvil puede ser la diferencia entre hacer una llamada de auxilio vital o quedarse atrapado e incomunicado.
Es inaceptable que, en medio de una catástrofe de esta magnitud, las líneas telefónicas, ya colapsadas por la caída de torres y repetidores, se vean aún más saturadas por entrevistas en directo y llamadas innecesarias de periodistas sin escrúpulos. Más de 100,000 personas están sin electricidad; son 100,000 personas sin posibilidades inmediatas de cargar sus teléfonos móviles y que, aún así, pueden recibir llamadas de algún periodista ávido de contenido. Este periodismo intrusivo no solo incomunica y desorienta, sino que pone en riesgo vidas al agotar recursos cruciales.
Subir contenido a redes sociales en tiempo real es otra de los entretenimientos reprobables en esta crisis que, además de mostrar una falta absoluta de responsabilidad y respeto, evidencia una moral cuestionable. Algunos aprovechan la catástrofe para alimentar el morbo y ganar protagonismo en redes, como si fuesen estrellas de un espectáculo. Esto no solo no aporta nada a la situación, sino que también malgasta recursos cruciales: ancho de banda de internet y batería de móviles, que podrían ser útiles en caso de prolongarse la incomunicación. En lugar de mostrar una mínima conciencia de la gravedad de la situación, estos individuos parecen ciegos al riesgo al que se exponen y exponen a otros.
Por último tanto medios como redes, en situaciones de emergencia, deben ser agentes de apoyo y orientación, no de obstrucción y desgaste emocional. La prioridad, tanto para los ciudadanos como para los periodistas, debería ser siempre la seguridad. Mantener una comunicación informada y sensata en tiempos de crisis es fundamental. Lamentablemente, la DANA nos ha mostrado que, en este aspecto, estamos aún muy lejos de estar preparados para la siguiente catástrofe.



























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