Opinión
A vueltas con la maleta (de emergencia)
El ser humano es el único animal capaz de tropezar mil veces con la misma piedra y seguir sin aprender. Mientras Galicia arde y las emergencias se multiplican, todavía hay quienes se resisten a tomar la más mínima precaución. Las autoridades llevan años insistiendo: "Tengan preparada una maleta de emergencia". Un aviso claro, sencillo y que puede salvar vidas. Pero no. Siempre hay quien prefiere el drama, la improvisación y, al final, el llanto ante las cámaras porque han tenido que salir de casa "con lo puesto".
¿Cuántas veces hay que repetirlo? Una maleta de emergencia no es un capricho, ni una excentricidad de catastrofistas. Es lo mínimo que cualquier persona con dos dedos de frente debería tener preparado. Agua, algo de ropa, una linterna, un cargador, radio, copias de documentos, medicación básica, algo de dinero en efectivo. Nada que requiera gran esfuerzo o gasto. Solo un poco de sentido común.
Pero no. La desidia, la pereza y ese pasotismo tan nuestro hacen que la mayoría ni siquiera se moleste. Después, cuando el incendio llega al pueblo, cuando la riada amenaza la casa o cuando hay que evacuar por cualquier emergencia, todo son lamentos. "Es que no nos avisaron", dicen. Mentira. Se avisó, se insistió y se volvió a recordar. Lo que pasa es que muchos prefieren confiar en la suerte antes que dedicar diez minutos a preparar una mochila.
Y lo peor no es solo la irresponsabilidad individual, sino el coste colectivo. Porque cuando la gente no está preparada, los servicios de emergencia tienen que asumir riesgos mayores, dedicar recursos a evacuaciones caóticas y perder tiempo valioso por culpa de quienes decidieron que las advertencias eran exageradas.
Así que, señores de las lamentaciones, de los "nadie me dijo nada" y los "todo ha pasado muy rápido": la próxima vez que vean las noticias y piensen "qué terrible, ojalá no me pase a mí", recuerden que tener una maleta preparada no cuesta dinero. Cuesta tan poco como dejar de ser negligentes. Pero algo me dice que, aun así, seguirán sin hacerlo. Porque en este país, el sentido común es el verdadero bien escaso.

El ser humano es el único animal capaz de tropezar mil veces con la misma piedra y seguir sin aprender. Mientras Galicia arde y las emergencias se multiplican, todavía hay quienes se resisten a tomar la más mínima precaución. Las autoridades llevan años insistiendo: "Tengan preparada una maleta de emergencia". Un aviso claro, sencillo y que puede salvar vidas. Pero no. Siempre hay quien prefiere el drama, la improvisación y, al final, el llanto ante las cámaras porque han tenido que salir de casa "con lo puesto".
¿Cuántas veces hay que repetirlo? Una maleta de emergencia no es un capricho, ni una excentricidad de catastrofistas. Es lo mínimo que cualquier persona con dos dedos de frente debería tener preparado. Agua, algo de ropa, una linterna, un cargador, radio, copias de documentos, medicación básica, algo de dinero en efectivo. Nada que requiera gran esfuerzo o gasto. Solo un poco de sentido común.
Pero no. La desidia, la pereza y ese pasotismo tan nuestro hacen que la mayoría ni siquiera se moleste. Después, cuando el incendio llega al pueblo, cuando la riada amenaza la casa o cuando hay que evacuar por cualquier emergencia, todo son lamentos. "Es que no nos avisaron", dicen. Mentira. Se avisó, se insistió y se volvió a recordar. Lo que pasa es que muchos prefieren confiar en la suerte antes que dedicar diez minutos a preparar una mochila.
Y lo peor no es solo la irresponsabilidad individual, sino el coste colectivo. Porque cuando la gente no está preparada, los servicios de emergencia tienen que asumir riesgos mayores, dedicar recursos a evacuaciones caóticas y perder tiempo valioso por culpa de quienes decidieron que las advertencias eran exageradas.
Así que, señores de las lamentaciones, de los "nadie me dijo nada" y los "todo ha pasado muy rápido": la próxima vez que vean las noticias y piensen "qué terrible, ojalá no me pase a mí", recuerden que tener una maleta preparada no cuesta dinero. Cuesta tan poco como dejar de ser negligentes. Pero algo me dice que, aun así, seguirán sin hacerlo. Porque en este país, el sentido común es el verdadero bien escaso.
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