Opinión
El monte arde… ¿y nosotros qué?
Cada verano, las llamas devoran nuestros montes como si fueran papel convirtiéndose en un escenario de una tragedia anunciada incendios descontrolados que arrasan los montes, destruyen ecosistemas enteros y lo peor, ponen en peligro vidas humanas y cada año, el discurso se repite: “Es culpa del cambio climático”. Pero ¿es realmente el único culpable? ¿O estamos mirando hacia otro lado mientras ignoramos responsabilidades más cercanas?
La acumulación de maleza en los montes es gasolina esperando una chispa. Sin embargo, las restricciones para limpiar el monte —por normativa ambiental o por falta de recursos— convierten la prevención en un lujo. ¿Tiene sentido prohibir tocar el monte cuando lo que se necesita es intervenirlo con inteligencia? La frase “apagar el fuego en invierno para no hacerlo en verano” no solo tiene sentido, es una estrategia eficaz que muchos expertos forestales defienden. Pero para eso hace falta voluntad política, inversión y una visión a largo plazo.
Mientras el monte arde, los bomberos trabajan jornadas de 14 horas, con sueldos que rozan lo indignante. Algunos ni siquiera tienen formación adecuada. ¿Cómo pretendemos combatir incendios de sexta generación con equipos de segunda categoría? La precariedad no apaga fuegos, los aviva. Detrás de cada uniforme, hay una persona que arriesga su vida por proteger la nuestra.
Los responsables directos (los que prenden la chispa) rara vez son arrestados. La legislación es laxa, la vigilancia escasa, y la impunidad habitual. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI sigamos sin un sistema eficaz para prevenir y castigar estos delitos
Sí el cambio climático intensifica las condiciones de más calor, menos humedad, vientos impredecibles, culparlo exclusivamente, es una forma de lavarse las manos. El monte se quema por abandono, por falta de gestión, por decisiones políticas erróneas y por una sociedad que mira hacia otro lado.
El culpable es el sistema que no prioriza la prevención. Son los gobiernos que no invierten en limpieza ni en formación. Es la legislación que no protege ni a los montes ni a quienes los defienden. Y también somos nosotros, que solo reaccionamos cuando el humo nos llega a la ventana. Los incendios no se apagan solo con agua, sino con responsabilidad. Si queremos que nuestros montes sigan siendo vida y no ceniza, debemos exigir políticas eficaces, apoyar a nuestros bomberos y dejar de mirar hacia otro lado.
El fuego no espera y el monte tampoco.

Cada verano, las llamas devoran nuestros montes como si fueran papel convirtiéndose en un escenario de una tragedia anunciada incendios descontrolados que arrasan los montes, destruyen ecosistemas enteros y lo peor, ponen en peligro vidas humanas y cada año, el discurso se repite: “Es culpa del cambio climático”. Pero ¿es realmente el único culpable? ¿O estamos mirando hacia otro lado mientras ignoramos responsabilidades más cercanas?
La acumulación de maleza en los montes es gasolina esperando una chispa. Sin embargo, las restricciones para limpiar el monte —por normativa ambiental o por falta de recursos— convierten la prevención en un lujo. ¿Tiene sentido prohibir tocar el monte cuando lo que se necesita es intervenirlo con inteligencia? La frase “apagar el fuego en invierno para no hacerlo en verano” no solo tiene sentido, es una estrategia eficaz que muchos expertos forestales defienden. Pero para eso hace falta voluntad política, inversión y una visión a largo plazo.
Mientras el monte arde, los bomberos trabajan jornadas de 14 horas, con sueldos que rozan lo indignante. Algunos ni siquiera tienen formación adecuada. ¿Cómo pretendemos combatir incendios de sexta generación con equipos de segunda categoría? La precariedad no apaga fuegos, los aviva. Detrás de cada uniforme, hay una persona que arriesga su vida por proteger la nuestra.
Los responsables directos (los que prenden la chispa) rara vez son arrestados. La legislación es laxa, la vigilancia escasa, y la impunidad habitual. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI sigamos sin un sistema eficaz para prevenir y castigar estos delitos
Sí el cambio climático intensifica las condiciones de más calor, menos humedad, vientos impredecibles, culparlo exclusivamente, es una forma de lavarse las manos. El monte se quema por abandono, por falta de gestión, por decisiones políticas erróneas y por una sociedad que mira hacia otro lado.
El culpable es el sistema que no prioriza la prevención. Son los gobiernos que no invierten en limpieza ni en formación. Es la legislación que no protege ni a los montes ni a quienes los defienden. Y también somos nosotros, que solo reaccionamos cuando el humo nos llega a la ventana. Los incendios no se apagan solo con agua, sino con responsabilidad. Si queremos que nuestros montes sigan siendo vida y no ceniza, debemos exigir políticas eficaces, apoyar a nuestros bomberos y dejar de mirar hacia otro lado.
El fuego no espera y el monte tampoco.
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