Vigo
Vecinos de Cabral denuncian una situación “insostenible” por una casa ocupada en Fontiñas
Familias de la zona alertan de robos, peleas, consumo de drogas y problemas de insalubridad sin respuesta de las autoridades
La convivencia en el entorno de Fontiñas, en la parroquia viguesa de Cabral, se ha convertido este mes en un auténtico infierno para decenas de familias. Cerca de sesenta vecinos y vecinas firmaron en verano un escrito dirigido al Concello de Vigo, al Juzgado y a la Policía Nacional denunciando una larga lista de episodios de violencia, ruido, enganches ilegales y graves problemas de salubridad que, según aseguran, derivan de la ocupación de una vivienda en el número 8 de Fontiñas de Arriba desde septiembre de 2024. Hasta la fecha, ninguna institución ha adoptado medidas.
Según relatan los residentes, la casa fue tomada por un grupo de personas con adicciones y comportamiento agresivo. Desde entonces, la tranquilidad del barrio ha desaparecido. “Hay gritos, golpes, música a todo volumen y peleas que duran hasta el amanecer”, explican. El ambiente se ha vuelto irrespirable y la tensión, constante.
La escalada de violencia alcanzó su punto más crítico este mes con un nuevo episodio que ha sembrado el miedo entre los vecinos. Varios coches amanecieron con las ruedas pinchadas, presuntamente con una navaja, en un claro acto de represalia contra los residentes que habían denunciado la situación. “Nos preguntamos qué será lo próximo y qué necesitan las autoridades para actuar”, señalan los afectados.
Enganches ilegales y peleas de madrugada
El escrito presentado ante las instituciones detalla un rosario de incidentes. Los ocupantes han realizado conexiones ilegales de luz y agua, hasta el punto de que la empresa Aqualia se vio obligada a intervenir para cortarles el suministro. Desde entonces, el grupo utiliza el lavadero público del barrio para asearse y lavar la ropa, vertiendo productos químicos directamente al río Lagares.
![[Img #99241]](https://xornal21.com/upload/images/11_2025/7157_pinchazo-luz.jpg)
Los primeros conflictos comenzaron cuando los ocupantes intentaron pincharse a la red eléctrica de las casas colindantes. “Rompieron los contadores varias veces y manipularon las instalaciones privadas”, explican los vecinos, que documentaron los hechos con fotografías. Actualmente, ante la falta de respuesta de las autoridades, se habrían enganchado al alumbrado público directamente desde los postes.
Además, los residentes denuncian que los ocupas disponían de un generador robado, que permanecía encendido durante horas en plena madrugada, provocando ruido constante e impidiendo el descanso del resto del vecindario.
Robos, destrozos y sensación de inseguridad
La lista de incidentes va más allá. Los vecinos aseguran haber sufrido robos en vehículos, roturas de retrovisores y arañazos en las carrocerías, además de hurtos completos de coches, con partes ya presentados ante la Policía Nacional. Documentan también un flujo continuo de personas a todas horas, muchas de ellas bajo los efectos del alcohol o las drogas. “No hace falta ser inspector de policía para saber que venden droga a cualquier hora”, afirman con indignación.
La escena se repite día tras día: taxis que paran unos minutos frente a la vivienda para que los clientes entren, compren y se marchen con rapidez. “Esto no es convivencia, es vivir con miedo”, lamentan.
Ratas, basura y condiciones insalubres
Otro de los aspectos más graves es la proliferación de ratas y el estado de insalubridad que rodea la casa ocupada. Los vecinos explican que los roedores se cuelan en sus viviendas, dañan electrodomésticos y muerden cables eléctricos. A ello se suma el uso indebido de los contenedores de basura, desplazados de su ubicación original y rodeados de muebles rotos, desperdicios y restos de comida, lo que ha favorecido la aparición de plagas.
Como acto de intimidación, los ocupantes habrían llegado incluso a lanzar tampones usados contra las viviendas cercanas, un gesto que los residentes describen como “degradante e intolerable”.
Desesperación y falta de respuesta institucional
Los afectados aseguran que ya acudieron al Concello de Vigo y al juzgado a través de la Policía Nacional durante el verano para reclamar medidas urgentes, pero denuncian que no han recibido respuesta. La situación, lejos de mejorar, empeora cada semana.
Según relatan, los propios agentes admiten sus limitaciones hasta que exista una orden judicial de desalojo. “Nosotros solo podemos llegar hasta la puerta”, aseguran que les transmitieron en una de sus visitas.
“Vivimos con miedo”
Los residentes insisten en que no se trata de un simple conflicto vecinal, sino de un problema de seguridad pública y salud. “Vivimos con miedo y no podemos descansar ni dejar que nuestros hijos jueguen en la calle con tranquilidad”, lamentan. Reclaman la intervención inmediata de las autoridades municipales y policiales para recuperar la convivencia y la seguridad en Fontiñas, así como medidas legales por parte de los propietarios del inmueble, de los que hasta ahora no se ha tenido noticia alguna.
Mientras tanto, la sensación en el barrio es unánime: la paciencia se agota y la convivencia se rompe a pasos agigantados en una zona que hasta hace poco era sinónimo de calma y vida familiar.

La convivencia en el entorno de Fontiñas, en la parroquia viguesa de Cabral, se ha convertido este mes en un auténtico infierno para decenas de familias. Cerca de sesenta vecinos y vecinas firmaron en verano un escrito dirigido al Concello de Vigo, al Juzgado y a la Policía Nacional denunciando una larga lista de episodios de violencia, ruido, enganches ilegales y graves problemas de salubridad que, según aseguran, derivan de la ocupación de una vivienda en el número 8 de Fontiñas de Arriba desde septiembre de 2024. Hasta la fecha, ninguna institución ha adoptado medidas.
Según relatan los residentes, la casa fue tomada por un grupo de personas con adicciones y comportamiento agresivo. Desde entonces, la tranquilidad del barrio ha desaparecido. “Hay gritos, golpes, música a todo volumen y peleas que duran hasta el amanecer”, explican. El ambiente se ha vuelto irrespirable y la tensión, constante.
La escalada de violencia alcanzó su punto más crítico este mes con un nuevo episodio que ha sembrado el miedo entre los vecinos. Varios coches amanecieron con las ruedas pinchadas, presuntamente con una navaja, en un claro acto de represalia contra los residentes que habían denunciado la situación. “Nos preguntamos qué será lo próximo y qué necesitan las autoridades para actuar”, señalan los afectados.
Enganches ilegales y peleas de madrugada
El escrito presentado ante las instituciones detalla un rosario de incidentes. Los ocupantes han realizado conexiones ilegales de luz y agua, hasta el punto de que la empresa Aqualia se vio obligada a intervenir para cortarles el suministro. Desde entonces, el grupo utiliza el lavadero público del barrio para asearse y lavar la ropa, vertiendo productos químicos directamente al río Lagares.
![[Img #99241]](https://xornal21.com/upload/images/11_2025/7157_pinchazo-luz.jpg)
Los primeros conflictos comenzaron cuando los ocupantes intentaron pincharse a la red eléctrica de las casas colindantes. “Rompieron los contadores varias veces y manipularon las instalaciones privadas”, explican los vecinos, que documentaron los hechos con fotografías. Actualmente, ante la falta de respuesta de las autoridades, se habrían enganchado al alumbrado público directamente desde los postes.
Además, los residentes denuncian que los ocupas disponían de un generador robado, que permanecía encendido durante horas en plena madrugada, provocando ruido constante e impidiendo el descanso del resto del vecindario.
Robos, destrozos y sensación de inseguridad
La lista de incidentes va más allá. Los vecinos aseguran haber sufrido robos en vehículos, roturas de retrovisores y arañazos en las carrocerías, además de hurtos completos de coches, con partes ya presentados ante la Policía Nacional. Documentan también un flujo continuo de personas a todas horas, muchas de ellas bajo los efectos del alcohol o las drogas. “No hace falta ser inspector de policía para saber que venden droga a cualquier hora”, afirman con indignación.
La escena se repite día tras día: taxis que paran unos minutos frente a la vivienda para que los clientes entren, compren y se marchen con rapidez. “Esto no es convivencia, es vivir con miedo”, lamentan.
Ratas, basura y condiciones insalubres
Otro de los aspectos más graves es la proliferación de ratas y el estado de insalubridad que rodea la casa ocupada. Los vecinos explican que los roedores se cuelan en sus viviendas, dañan electrodomésticos y muerden cables eléctricos. A ello se suma el uso indebido de los contenedores de basura, desplazados de su ubicación original y rodeados de muebles rotos, desperdicios y restos de comida, lo que ha favorecido la aparición de plagas.
Como acto de intimidación, los ocupantes habrían llegado incluso a lanzar tampones usados contra las viviendas cercanas, un gesto que los residentes describen como “degradante e intolerable”.
Desesperación y falta de respuesta institucional
Los afectados aseguran que ya acudieron al Concello de Vigo y al juzgado a través de la Policía Nacional durante el verano para reclamar medidas urgentes, pero denuncian que no han recibido respuesta. La situación, lejos de mejorar, empeora cada semana.
Según relatan, los propios agentes admiten sus limitaciones hasta que exista una orden judicial de desalojo. “Nosotros solo podemos llegar hasta la puerta”, aseguran que les transmitieron en una de sus visitas.
“Vivimos con miedo”
Los residentes insisten en que no se trata de un simple conflicto vecinal, sino de un problema de seguridad pública y salud. “Vivimos con miedo y no podemos descansar ni dejar que nuestros hijos jueguen en la calle con tranquilidad”, lamentan. Reclaman la intervención inmediata de las autoridades municipales y policiales para recuperar la convivencia y la seguridad en Fontiñas, así como medidas legales por parte de los propietarios del inmueble, de los que hasta ahora no se ha tenido noticia alguna.
Mientras tanto, la sensación en el barrio es unánime: la paciencia se agota y la convivencia se rompe a pasos agigantados en una zona que hasta hace poco era sinónimo de calma y vida familiar.



































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