Día Sábado, 29 de Noviembre de 2025
Actualidad
La permisividad familiar, caldo de cultivo del acoso escolar
|Image licensed by © Ingram Image
Una psicóloga educativa alerta de que la falta de límites y supervisión en el hogar facilita la aparición de conductas de bullying.
La lucha contra el acoso escolar se gana o se pierde mucho antes de que un alumno cruce la puerta del colegio. Según el análisis de una psicóloga educativa, la laxitud en la crianza y la ausencia de un marco coherente de normas en el hogar están directamente relacionadas con el aumento de casos de humillación y exclusión entre compañeros.
La profesional, que prefiere mantener el anonimato, sostiene que, si bien la escuela debe detectar, intervenir y acompañar, es en el núcleo familiar donde se anclan los valores que definen la conducta de niños y adolescentes. "Lo que de verdad ancla la conducta son las experiencias repetidas en casa: cómo se le habla, qué se tolera, qué se repara, qué consecuencias existen y, sobre todo, cuánta presencia afectiva hay cuando aparecen la frustración, la envidia o la inseguridad", explica.
El problema, según su experiencia, se agrava cuando los pilares educativos se diluyen y el adolescente interioriza "un guion peligroso: que puede probar dónde están los límites… porque a veces no existen". Esta inconsistencia en la respuesta adulta transmite un mensaje de impunidad que, en la dinámica grupal, se traduce en un "ensayo y error a costa del otro".
La evolución del acoso es palpable según la etapa educativa. Mientras en Infantil se manifiesta en actitudes a menudo minimizadas como "cosas de niños", en Primaria adopta formas como el apodo que se convierte en etiqueta o los memes compartidos. Ya en Secundaria, "la coreografía se profesionaliza: exclusiones organizadas, capturas que circulan, cadenas de comentarios que alimentan el espectáculo del grupo".
Un frente crítico en la actualidad es la gestión del móvil y la soledad digital. La psicóloga alerta de que un adolescente "con wifi ilimitado, notificaciones abiertas, contenido nocturno y cero acompañamiento no está ‘entretenido’; está aprendiendo sin filtros cuál es el precio de ser visible, y ese catálogo incluye la humillación como moneda social". Ante esto, aboga por que el hogar establezca un marco claro con horarios, espacios comunes sin pantallas y supervisión.
La clave, subraya, no reside en castigos teatrales, sino en la coherencia y la reparación. "Si en casa el grito es una herramienta cotidiana, en el aula el grito se normaliza. Si en casa el insulto ‘de cariño’ arranca risas, en el patio el apodo duele pero se justifica como broma". Propone como antídoto la "presencia intencional" y límites innegociables pactados y visibles frente al insulto, la burla y la agresión digital.
El mensaje final es un llamamiento a la colaboración y la valentía. "Mirar con valentía en casa es el primer paso para prevenir el acoso escolar. No porque la familia sea culpable de todo, sino porque es la primera escuela de empatía, responsabilidad y respeto". La prevención, concluye, nace de "la firmeza afectuosa: te veo, te escucho, te pongo límites, te enseño a reparar".
|Image licensed by © Ingram ImageLa lucha contra el acoso escolar se gana o se pierde mucho antes de que un alumno cruce la puerta del colegio. Según el análisis de una psicóloga educativa, la laxitud en la crianza y la ausencia de un marco coherente de normas en el hogar están directamente relacionadas con el aumento de casos de humillación y exclusión entre compañeros.
La profesional, que prefiere mantener el anonimato, sostiene que, si bien la escuela debe detectar, intervenir y acompañar, es en el núcleo familiar donde se anclan los valores que definen la conducta de niños y adolescentes. "Lo que de verdad ancla la conducta son las experiencias repetidas en casa: cómo se le habla, qué se tolera, qué se repara, qué consecuencias existen y, sobre todo, cuánta presencia afectiva hay cuando aparecen la frustración, la envidia o la inseguridad", explica.
El problema, según su experiencia, se agrava cuando los pilares educativos se diluyen y el adolescente interioriza "un guion peligroso: que puede probar dónde están los límites… porque a veces no existen". Esta inconsistencia en la respuesta adulta transmite un mensaje de impunidad que, en la dinámica grupal, se traduce en un "ensayo y error a costa del otro".
La evolución del acoso es palpable según la etapa educativa. Mientras en Infantil se manifiesta en actitudes a menudo minimizadas como "cosas de niños", en Primaria adopta formas como el apodo que se convierte en etiqueta o los memes compartidos. Ya en Secundaria, "la coreografía se profesionaliza: exclusiones organizadas, capturas que circulan, cadenas de comentarios que alimentan el espectáculo del grupo".
Un frente crítico en la actualidad es la gestión del móvil y la soledad digital. La psicóloga alerta de que un adolescente "con wifi ilimitado, notificaciones abiertas, contenido nocturno y cero acompañamiento no está ‘entretenido’; está aprendiendo sin filtros cuál es el precio de ser visible, y ese catálogo incluye la humillación como moneda social". Ante esto, aboga por que el hogar establezca un marco claro con horarios, espacios comunes sin pantallas y supervisión.
La clave, subraya, no reside en castigos teatrales, sino en la coherencia y la reparación. "Si en casa el grito es una herramienta cotidiana, en el aula el grito se normaliza. Si en casa el insulto ‘de cariño’ arranca risas, en el patio el apodo duele pero se justifica como broma". Propone como antídoto la "presencia intencional" y límites innegociables pactados y visibles frente al insulto, la burla y la agresión digital.
El mensaje final es un llamamiento a la colaboración y la valentía. "Mirar con valentía en casa es el primer paso para prevenir el acoso escolar. No porque la familia sea culpable de todo, sino porque es la primera escuela de empatía, responsabilidad y respeto". La prevención, concluye, nace de "la firmeza afectuosa: te veo, te escucho, te pongo límites, te enseño a reparar".















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